Una mafia cutre en Tremp convierte los tapones de neumático en oro barato y crea leyendas ridículas entre calimochos y cajas de zapatos.
Aquí no hay mafias de película. Aquí los negocios se montan con calimocho caliente y una idea estúpida. Alguien decidió que los tapones de neumático eran el nuevo oro. Y desde entonces hay un mercado negro de plástico barato.
Los ladrones se mueven en silencio, pero no por profesionalidad. Es porque llevan deportivas reventadas que no hacen ruido. Se agachan, giran el tapón y lo guardan en el bolsillo como si fuera un lingote. Luego se cruzan miradas, se ríen entre dientes y se creen parte de algo grande.
El capo es un desgraciado con chándal y barriga cervecera. Lo llaman el Escobar del caucho. Tiene una caja de zapatos llena de tapones, todos mezclados con colillas y monedas de céntimo. Cuando está borracho los cuenta como si fueran billetes. Dice que un día valdrán algo. Nadie le cree, pero aplauden igual porque paga la siguiente ronda.
En los bares se habla del tema con solemnidad. “Van a por retrovisores, ya lo verás.” Siempre hay alguien que asegura tener un contacto en el Cártel del Tapón. La realidad es que solo son cuatro idiotas peleándose por ver quién tiene más piezas.
De noche se reúnen en el parque infantil. Banco de piedra. Linterna del móvil. Libreta cuadriculada con cuentas torcidas. Hoy tres coches. Mañana descanso. El domingo mercadillo. Intercambio. Dos tapones lisos por uno con logo. Los de metal valen doble si pesan. Si brillan, desconfía. Suele ser cromado falso. Aquí el brillo no paga.
Por la mañana la estampa siempre es la misma. Una rueda desnuda, un hueco vacío, un coche humillado. El vecino me mira y pregunta si han sido ellos. Yo me encojo de hombros. Qué más da. Aquí todos quieren ser leyenda cinco minutos. Les basta con un gesto pequeño. Girar un tapón sin que tiemble la mano.
Dicen que es una ciudad de sueños. Puede. Pero aquí las leyendas no nacen en casinos ni en garitos de mafiosos. Nacen de un puto tapón de neumático.
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