Contacto humano decía... Mientras lo único que tocaba era tu paciencia

Contacto humano decía... Mientras lo único que tocaba era tu paciencia

Eustaquio, el jefe de ventas, era un tipo peculiar. Caminaba por la oficina como si llevara una corona invisible y un título que nadie se lo concedió, pero que él se había autoproclamado: "Experto en Liderazgo y Desarrollo Personal". Solo que, cuando abrías los ojos, te dabas cuenta de que su idea de liderazgo no tenía nada que ver con inspirar a la gente, sino más bien con gritarles como un macho cabrío en celo.

Su "gran estrategia" de ventas, esa que supuestamente lo hacía el rey del mundo comercial, era simple: tocar puertas. Todo el día. Sin parar. Como un cartero mal pagado, solo que sin el uniforme y con menos educación. "¡Hay que golpear esas puertas!", gritaba, con los ojos desorbitados, como si estuviera predicando la salvación eterna. Y cuando alguien intentaba sugerir una nueva idea o, peor aún, una estrategia moderna, él siempre respondía lo mismo: "Aquí lo que funciona es el contacto humano, ¿entendéis? ¡Contacto humano!"

Claro, su concepto de "contacto humano" era más bien aparecer sin ser invitado en la vida de la gente, como un vendedor de enciclopedias en los 80. Sin embargo, él juraba que estaba a la vanguardia del "desarrollo personal". "Tienes que trabajar tu yo interior", decía, mientras se rascaba la panza con la misma mano que acababa de usar para ahuyentar a una becaria que le había traído un informe. "Aquí, o eres lobo o eres oveja", decía, con la seguridad de alguien que ha leído dos páginas de un libro de autoayuda y ha decidido que ya lo sabe todo.

Gestionaba su equipo como si fueran una manada de cabras en una pendiente rocosa. Se posicionaba en lo alto, soltaba órdenes, y cuando alguien no lograba cumplirlas, simplemente lo embestía con comentarios ácidos: "¿Qué pasa, tienes miedo de hablar con gente? Esto es ventas, no un club de lectura". Y así, día tras día, Eustaquio insistía en que la única forma de cerrar un trato era "estar en la calle", como si el mundo digital no existiera, como si la tecnología fuera una moda pasajera, y el único futuro real fuera el de picar puertas hasta que te sangraran los nudillos.

Mientras tanto, los empleados murmuraban entre ellos, sabiendo que lo único que Eustaquio había desarrollado personalmente era una gran capacidad para delegar todo lo difícil. Pero él, ajeno a la realidad, seguía convencido de que era el gurú del éxito. En su mente, él no era un simple jefe de ventas. Era un líder nato. Aunque, para todos los demás, era solo el tipo que te hacía preguntarte si realmente valía la pena seguir tocando puertas.

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